El paciente y su médico.
De como ha cambiado la relación entre el que padece y el que alivia.
Si uno busca la frase “El paciente y su médico” en Google, se encontrará con que dentro de las primeras treinta entradas, veintinueve llevan el título “el médico y su paciente”.
Así. Primero el médico y luego el paciente.
La única de esas 30 entradas que no coloca, al menos linguisticamente, al médico antes que al paciente, es un vínculo al libro que lleva el mismo nombre de este texto.
“El paciente y su médico” es un libro que compila una serie de artículos publicados en 1993 por el Dr. Horacio Jinich, en los cuales reflexiona sobre la diferencia entre el enfermar y el padecer, y analiza la relación tan particular que existe entre estos dos individuos: el que padece y el que ayuda a encontrar el alivio.
Mucho ha cambiado en los 23 años posteriores a la publicación de los artículos del Dr. Jinich, y la paradoja de la relación médico-paciente.
Durante la carrera de medicina y bajo la influencia de mis maestros, leí varios de los capítulos incluidos en “El paciente y su médico”. A más de una década del inicio de mi formación como médico, ya soy testigo de los cambios en el paradigma de la relación paciente-médico. Es por esto que en este texto, retocando 3 de los capítulos originales del Dr. Jinich, analizamos la forma en que ha evolucionado la relación entre el paciente y su médico con el advenimiento de la tecnología.
¿Por que se busca al médico?
“En caso de que se juzguen los síntomas como señal de enfermedad, la consulta médica no constituye, en la mayoría de los casos, el paso siguiente. Por lo menos en una primera etapa, la “víctima” trata de ignorarlos, piensa que el malestar será pasajero, que desaparecerá solo; utiliza remedios caseros o medicamentos recomendados por las amistades o el boticario. (…) Es así como decidirá si hace una manda, una peregrinación a un santuario, una visita a un chamán o a un acupunturista, o si consulta al médico del Seguro Social o a un médico de práctica privada.”
Además de los remedios caseros, la manda y el chamán, en la época actual se agregaría a la lista la principal fuente de búsquedas relacionadas a la salud: Google.
En México, 65 millones de personas (59% de la población) utilizan el internet de forma habitual, la mayoría de ellos desde un teléfono móvil (62%). Esto significa que ante un dolor de cabeza, diarrea, la aparición de un “grano” o un dolor en el pecho, muchas veces el teléfono celular y “el doctor google” son las primeras herramientas a la mano. De vuelta en 1993, para hacerle una pregunta a un médico, el paciente tenía que agendar una cita, acudir al consultorio, esperar al galeno y una vez con él, correr con la suerte de disponer del tiempo necesario para preguntar las dudas sobre su salud.. muchas veces demasiadas dudas y muy poco tiempo.
Hoy en día, con un par de clics se puede acceder a miles de terabytes de información científica actualizada, gratis, en un santiamén. Esto ha cambiado el paradigma del paciente y su médico y ha dado lugar a pacientes más informados, con un acceso infinitamente mejor a la información médica, libres de buscar e investigar opciones y opiniones. Sin embargo, zambullirse en el mar de internet no siempre lleva a buenos resultados. La información para pacientes en México tiende a ser escasa e incompleta, y la literatura científica es accesible para tan solo algunos pocos.
A nivel poblacional existe una clara segregación en cuanto al acceso a la información, donde la gran mayoría de ese 41% de la población que no tiene acceso a internet es por motivos económicos. Lamentablemente la gente más pobre es la que más enferma y menos puede acceder a información sobre salud.
Brechas entre el ejercicio médico y el enfermo
Se acepta que la relación médico paciente no sea lo que era antes, que el paciente se haya “cosificado” y fragmentado por la medicina científico-tecnológica contemporánea, pero tómese en cuenta que en el pasado, la relación médico-paciente era casi el único recurso terapéutico con el que contaba el médico. No es de extrañar que se hubiese visto a compensar con compasión, filosofía y palmaditas en la espalda la falta de recursos. ¿Acaso no es, en el fondo, más humanista la nueva medicina que aquella basada en el amor médico (…)? Colocar un corazón mecánico, trasplantar un hígado o curar un linfoma, ¿no son acaso las metas supremas de la medicina, la realización de un sueño que parecía quimérico (…)?
La burocracia, los procesos de gestión administrativa y el tiempo de “papeleo” son procesos que, siendo necesarios, alejan al médico de su paciente. Se ha sustituido la calidad de la atención por la cantidad de la atención. Los marcadores de calidad no toman en cuenta lo más importante: la calidad y humanismo del servicio.
Solamente el 20% del tiempo laboral del médico moderno se destina a actividades donde haya contacto directo con el paciente (consulta, revisión clínica, interrogatorio, conversación). El resto del tiempo se divide en una mezcla heterogénea entre papeleo, computadora, expediente, actividades de gestión, etcétera.
Es difícil, al menos en la medicina social, que el médico pueda sentarse y escuchar verdaderamente a un paciente. La práctica clínica moderna “transforma al paciente” en un problema medicamente manejable.
— Doctorsito. Me siento triste y me duele el pecho, doctorsito. Desde que me operaron a mi esposo de sus piernas y ya no camina como que yo también ando media desganada y siento que me duele aquí, entre los huesos— .
— “¿Y como es ese dolor señora? ¿le duele todo el tiempo? — .
— No doctor, es como un “dolor”. O más bien un “desganamiento”. Nomás cuando me acuerdo de hace tiempo y me pongo medio triste, así desguanzada. —
— No se preocupe, se le va a pasar. No parece ser su corazón. — El médico teclea en el expediente “S: asintomática en lo cardiovascular. Sin angina”.
— Gracias doctor. ¿Pero, que me va a dar?. Ha de haber una pastilla o algo. Unas inyecciones. —
— No señora, no hay nada. Pero está usted muy bien, su corazón funciona muy bien — .
— Gracias doctorsito, que bueno que al menos eso si anda bien. —
Los procesos administrativos no permiten al médico escuchar como medio para aliviar. El tiempo apenas es suficiente para revisar los estudios, escribir la nota, cambiar la prescripción, cumplir con los marcadores de calidad. Pero el poder escuchar y aconsejar como recurso terapéutico esta siendo abandonado en la medicina social.
Muchas veces los pacientes solo necesitan ser escuchados. Y lamentablemente, no siempre tenemos el tiempo para hacerlo.
El clínico ante la tecnología diagnóstica moderna.
¿Acaso el progreso tecnológico en el diagnóstico ha dado origen a consecuencias indeseables? En el curso del avance acelerado de los recursos tecnológicos ¿hemos dejado atrás (…) algo insustituible? La respuesta a estas dos preguntas es, necesariamente, afirmativa. La medicina podrá seguir sus progresos sin temor al daño, con tal que la Medicina nueva no sacrifique nunca, al interés de la Ciencia, el interés supremo del enfermo”.
La tecnología moderna ha acercado al médico al diagnóstico. Ecocardiograma, resonancia magnética, tomografía computada, estudios radio-isotópicos: todos acercan al diagnóstico; pero lamentablemente han alejado al médico de su paciente.
Datos objetivos y significativos de la salud del paciente solo pueden ser obtenidos mediante la clínica: el grado de nutrición, fragilidad o salud general se aprecian con un vistazo. El grado de cumplimiento terapéutico, la “literacia” y entendimiento de su enfermedad, y la voluntad para continuar con estudios médicos solo se pueden averiguar tras la conversación con el paciente. Algunos soplos cardiacos, estigmas en la piel o en las articulaciones y otros pueden llevar al diagnóstico sin necesidad de mayor inversión que el examen clínico detallado.
Sin embargo, el examen clínico ha sido delegado a un papel secundario dentro de las brechas entre el médico y su paciente. Es indudable que la tecnología médica define los diagnósticos y clasificaciones actuales: pero la clínica no cobra un papel secundario. Su efectividad en detectar signos de las enfermedades y la relación entre su costo y beneficio no son alcanzadas por ninguna otra prueba diagnóstica.
Esperemos que en la concepción de la medicina especializada y personalizada (el futuro de la medicina), se retome el lugar para dedicar el tiempo suficiente a escuchar, explorar, y aliviar al paciente, y no solo al padecimiento.
¿Quien sabe que depara entre el paciente y su médico?
Esperemos que una relación más personal, más próxima. Que el médico conozca a su paciente como enfermo, como la persona que padece, con el tiempo para atender al padecer y no la enfermedad.